Todos se equivocaron con Hetty, excepto Curtis: «El perro me quiere sin saber lo rica que soy». Vestía de negro y economizaba no porque fuera avara, es que nació y se crío en la austeridad cuáquera. En la puerta de su casa figuraba el nombre del perro junto al que viviera, pero no para evitar el pago de impuestos sino por mantener el anonimato. Tampoco habitaba en caserones miserables o medio hundidos, es que los elegía según las preferencia de sus perrillos, o bien por los jardines, por la tranquilidad o algún olor, cualquiera. Su perro Dewey tuvo cuenta corriente (1906) y Curtis heredó una gran parte de su fortuna en 1916; y el resto lo fue donando en vida a obras de beneficencia, hospicios, sanatorios y otras causas sociales. En lo único que acertaron con Hetty es que sí fue una de las personas más ricas de los Estados Unidos, y también una de las más envidiadas. (en Perrillos del Halda, 2015)

