
«Cuando me regalaron al carabanchelero -y atropellado- Perronick decidí mostrarle el barrio, de esquina a esquina. Tras varias semanas de paseos por Carabanchel Bajo (Madrid), y ya muy recuperado, controlaba el lugar. Un poco después, se negó a caminar por una acera; tozudo, insistía en retroceder, tirar en dirección opuesta, escapar del collar y de la correa, y huir. Era el camino más directo para llegar a la frutería. Había una pendiente y varios establecimientos cerrados, sin carteles o anuncios; escaparates cegados con papel de periódico o maderas muy viejas. Decidí dejarle tranquilo, no insistir y, semanas después, junto a esa misma acera, vi aparcada una furgoneta blanca con su anuncio empresarial: Taxidermia Miguel Béjar.» (en «Desconfigurados» para El caballo de Nietzsche, diario.es)