Escrupulillo (relato)

07 Escrupulillo America
collage, Karta

«Cada vez eran los meses más angostos, y los pulmones dolían, eran apedreados por la tos y, aunque se sentía más fuerte, tardaba horas en llegar adonde quería. Similar a una vieja película llena de rayas y achaques y borrones, de color apagado sin sonido. Pero todo estaba bien, era un superviviente de la batalla, tenía algo de comida y pronto encontraría un trabajo en la imprenta de periódicos, si la fábrica de papel conseguía arrancar sus máquinas. Dos palomas picotean el suelo de la terraza, como si se lo comieran, el suelo, y luego escapan como de sí mismas. Las orejas de la perra rumian los ruidos de afuera, sabe que está ahí el dueño de las puertas, un parásito sin mirada, alguien ajeno que un día regresó para tener siempre la razón. Lo esperaba frente a la puerta del baño, mirando la nada que tiene dentro las órdenes del todo y de todo lo dicho ahí detrás. Parió una lástima de cachorros. Tenía mirada de bolsa reutilizada y arrugas con expresión de pasado. Iba y volvía para revisar los rastros, olía el ascensor, que ya no funcionaba hasta que volvieran a conectar la luz. (—¡¡¡…!!!) Bajo la cama había un desorden de trastos, algunos calcetines, tenía ya las orejas marchitas de tanto buscar, pero faltaban muchos olores aquella mañana. Pisaba, sí, los rastros, pero desaparecían, ahí mismo, en la puerta. Volvía a mirar. La cesta estaba vacía, tenía esa sábana castigada, un poco sucia y llena de revoltijos. (—¿…, …?) Luego, afuera, una larga fila de árboles y una acera sin charcos. Lástima. Lo mejor de los charcos era el centro y la parte adelgazada de los extremos, y había por esa acera cientos de olores, pero ninguno era familiar. Cuando regresaban del paseo, ya muy tarde, el camión de la basura pasó dejando un viento cachorro.» (en La guerra tuvo razón; Huerga & Fierro, Madrid, 2019)


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