
LA PREGUNTA INÚTIL
El perro sufre… El perro padece:
es fácil presa
de innumerables miedos: y muy frecuentemente
está enterrado el perro; dando diente con diente,
cuando humilde, se mete debajo de la mesa…
Por fortuna, confía desde que era pequeño
en su dueño, en el amo al que cree de hierro
e invencible… y por eso concilia sólo el sueño
junto al amo: y entonces se queda como un leño.
Mas por desgracia, en cambio, ¡hay tanto infeliz perro
que vive sus terrores a solas y sin dueño!
Sí… Ese adorable ser, el más puro que existe,
cuyo amor es constante, y es igual noche y día,
y cuyo mayor goce es nuestra compañía:
por lo que a separarse con dolor se resiste,
ese gran camarada, ¡aun en plena alegría,
tiene en sus dulces ojos una mirada triste…!
Y es que el perro —el canino, que es mucho más humano
que el humano— porque éste es realmente el canino,
ese paciente amigo,
ese entrañable hermano,
cuyo pobre cerebro sólo recibe oscuras sensaciones,
¡soporta un brutal torbellino
de diarias, terribles y angustiosas torturas!
¿Por qué? ¿Por qué obligar al perro a tal destino?
¿Por qué hacer que padezca sufrimientos sin tino
ese noble animal que destila dulzuras?
¿Por qué? ¡Dime! ¿Por qué, Señor de las alturas?
Pero nada contesta el Hacedor divino…
Se calla. Es la más cómoda de todas las posturas.
(A Boby, Jardiel Poncela. 1951)