La tristeza de Rolf y los niños de Moekel

Se desalojó la casa, se levantaron las alfombras para buscar cables eléctricos, cordeles, objetos; se cerraron los postigos de las ventanas; se registraron armarios y cajones; colocaron centinelas, guardas y vigilantes. Las señora Paula Moekel soportó aquello para que periodistas y científicos como el Professor H. F. Ziegler, comprobaran que el terrier Rolf (de Mannheim) era lo que ella aseguraba que era, durante 1912. Inicialmente, aprendió sólo con asistir y atender durante las clases que su hija Louise recibía en la casa; reconocía letras y números, resolvía sumas e incluso extraía dos y tres raíces. Hablaba expresiones y palabras. ‘Lol’ era la versión sonora de su propio nombre; con ‘grn’ decía que algo le gustaba;  con ‘raujn mudr frbidn’ la madre prohibía esto o aquello, y también llegaría a identificar los sonidos de la Gran Guerra, además de pájaros y árboles. Dicen que su mirada era pura inteligencia y amabilidad, y que, muy al contrario de sugerencias supremacistas o cuestiones antisemitas, todo lo que Rolf aprendió fue para evitar la angustia y los llantos de los castigos que por entonces recibían los niños durante su educación.

Mirada de Rolf. Un eco de tristeza.

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