
«La mujer –según (Michele) Goslar– nunca olvidó a la niña solitaria que se revivía al contacto con los árboles o se divertía jugando con los conejos sobre las laderas de Mont-Noir, sensible incluso ante las flores cortadas, que forman los “ramilletes de agonía” mencionados ya por Victor Hugo. Yourcenar –prosigue– tampoco olvidó el disparo de fusil que segó la vida de su perro Trier al alba, ni más tarde la horrible visión de los caballos reventados y de los árboles derribados que tapizaban los caminos de Europa entre 1914 y 1918, las jaurías de perros hambrientos que merodeaban en los lugares arqueológicos de Grecia y los ruiseñores que en su Bélgica natal son despojados de sus ojos para mejorar su canto.» (León Sarcos)