

De quien escribía con la luz, queda esta fotografía, y muchos cientos más. Hacia 1940 retrata a este mastín, custodiando las llaves de Notre Dame en la mano de Caillon, el abad canónigo. Era un enorme falderillo de corazón atento al tintineo de llaves, más allá de las campanas, y más lejos de los siseos del bosque o de la nieve, y así sucesivamente; será una criatura atenta a las muchas apariencias de los sonidos, de la misma manera que la historia del perro está verdaderamente escrita en las armonías que solo él escucha. El autor de la fotografía, Kertész, narraba con la luz, y también con el afilado misterio de cada sombra, única.
