El terrier de Muller

Nicolás Muller, judío exiliado a la fuerza, decía que era conveniente hablar varios idiomas, incluía el lenguaje interno de las artes y el de los perros. Se sabe, y ha sido investigado, que los fotógrafos Muller y Capa «fueron los cachorros de un árbol genealógico de fotógrafos excepcionales, encabezados por Brassaï (1899-1984) o Martin Munkácsi (1896-1963)…» Nació en 1913 en una familia burguesa perteneciente a la comunidad judía Orosháza, en lo que fue el imperio austro-húngaro y, entre otras incursiones, retrató la España de la posguerra. En lo que fue (y es) La Mancha, se detuvo en 1952 en la agradable y acogedora población de Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), que le rindió homenaje con esta muestra de fotografías en las que, de forma constante, y amable, le acompaña su terrier. Fue su hija, la sensible fotógrafa Ana Muller, quien localizó todo el material inédito dentro de una caja de zapatos con más de tres mil negativos que hoy sorprenden a casi todos los que dejan pasear, con cierta atención, algo de su mirada. Aunque se ha dicho que domesticó la luz con su cámara, quizás han querido decir que consiguió fusionar luz con la sombra y el aliento natural de cada historia.

(A otra época de 1940 pertenecen los retratos de una bailarina, en Tánger, con su lebrel, paralelas a la correspondencia que por entonces mantuvo con el artista alemán  Mathias Goeritz).


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