El último Shōgun

«…No siempre una vida de perros ha sido sinónimo de penurias y sinsabores. Allá por el año 1690, Japón era un lugar excelente para haber nacido perro. Por decreto gubernamental, los canes, entre otros animales, debían ser tratados con deferencia y cortesía, so pena de severos castigos. A todo perro, desde el chucho callejero más pulgoso hasta la adorable mascota de la casa, se lo mimaba y reverenciaba hasta el delirio. No faltaba quien, con un punto de sorna, a la hora de llamarlos usaba pomposas fórmulas de cortesía, del estilo de ‘Su Honorable y Dignísima Señoría‘, más propias de la corte imperial de Kyoto que de la perrera municipal. Cualquier cosa antes que incurrir en las iras del Shogun, el temible Tokugawa Tsunayoshi, que había puesto a estos animales bajo su directa protección…» (de Javier Sanz)


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