
«Hasta el Rey Lear aseguraba que había que mirar con las orejas para ver cómo iba el mundo… Los pasos que realiza un perro pequeño son el triple de los de uno grande para recorrer los mismos cien metros… Que los paisajes observaban a los perros y no a la inversa, y que se debe encontrar el lugar desde donde mirar, y que existe un sonido que recorre las distancias, y que es largo mientras busca el rastro de los aullidos… Que nada se sabe de cómo camina el sonido o gatea el olor, y que un perro, además del hueco, son dos orejas partidas por culpa de una voz…» (en El guardián de un tiempo, K. Taylhardat)












