Los piececillos que conforman una vida son el tiempo y el aliento del escultor Constantin Brancusi cuando recurre a los sentimientos, a la rendición y a entender que la samoyedo Polaire daba movimiento a su estudio en París, situado en un callejón de Montparnasse. Sus carreras, su quietud a la espera de algo, ya eran una primera abstracción hacia 1921. No era decorado ni accesorio ni granito o mármol que reclama tener vida propia. Fue atropellada en 1925, y así perdió el escultor a su estrella ‘polar’, a su guía, ese otro lugar sin pedestal que cinceló el resto de sus días.