Hacia 1860, cuando lo mismo protegían, o mimaban que abatían a los perros vagabundos en aquella ciudad, la historia de los mestizos y callejeros Bummer y Lazarus, pudo ser cierta, aun con exageraciones. La prensa de los siglos XIX, XX y XXI, la ha mantenido viva, o la ha idealizado durante casi 170 años. El grandote Bummer, un cruce con terranova, rescató de una reyerta callejera al frágil Lazarus, lo cuidó y lo sacó adelante. A partir de ese momento, merodeaban juntos, inseparables y en equipo. Eran imbatibles persiguiendo ratas, sabían no molestar y sabían recibir, se ganaron el no ser perseguidos por los perreros. Sus nombres se corresponden con paralelos humanos, la curación milagrosa del Lazaro bíblico, y Bummer por listo y sibilino superviviente. Su final fue triste y decepcionante.
Mark Twain escribió el panegírico de Lazarus en 1865, con el título de Otro Lázaro. Dos años después, se fue Bummer. Y claro, un avezado empresario de San Francisco lanzó con gran éxito la ginebra Brummer & Lazarus.