
El cascabel maravilloso (fragmento)
«…Tristán se refugió en Gales, en las tierras del noble duque Gilain. Este duque era joven, poderoso y bondadoso, y lo acogió como a un huésped muy querido. Para honrarlo y alegrar su estancia, no escatimó en amabilidad, pero ni las aventuras narradas ni las fiestas pudieron calmar la angustia de Tristán.
Un día, mientras estaba sentado junto al joven duque, su corazón estaba tan lastimado que suspiraba sin apenas darse cuenta. El duque, para aliviar su pena, ordenó que trajeran a su recámara su juguete favorito, que, por arte de magia, en los momentos tristes, llenaba de hechizos sus ojos y su corazón. Sobre una mesa cubierta con un rico y adornado mantel púrpura, colocaron a su perro Petit-Crû. Era un perro encantado que provenía de la isla de Avallon, enviado por un hada como regalo de amor.
Nadie podría describir con palabras suficientes su naturaleza y su belleza. El pelaje estaba matizado con colores tan bellamente ordenados, que no se podía definir un sólo color; al principio, su cuello parecía más blanco que la nieve, su grupa más verde que la hoja de trébol, uno de sus flancos era rojo como el escarlata, el otro amarillo como el azafrán, su vientre azul como el lapislázuli, su lomo rosado; pero cuando se miraba con más atención, todos esos colores bailaban ante los ojos y cambiaban, pasando del blanco al verde, al amarillo, al azul, al púrpura…
Llevaba en el cuello, colgando de una cadena de oro, un cascabel cuyo tintineo era tan alegre, tan claro, tan dulce, que al oírlo el corazón de Tristán se calmó y su pena se desvaneció. Ya no recordaba las penurias que había sufrido por la reina, pues tal era el maravilloso poder del cascabel que, al oírlo sonar tan dulce, tan alegre, tan diáfano, el corazón olvidaba todo dolor anterior.
Y mientras Tristán, conmovido por el hechizo, acariciaba al pequeño animal encantado que hacía desaparecer todo aquel dolor, pensaba que sería un hermoso regalo para Isolda. Pero… ¿cómo lo conseguiría? El duque Gilain amaba a Petit-Crû por encima de todas las cosas, y nadie podría arrebatárselo ni con astucia ni con ruegos.
Un día, Tristán le dijo al duque:
«Señor, ¿qué daríais a quien liberara tu tierra del gigante Urgan el Peludo, que te exige tributos tan excesivos…?
(Leyenda anónima, del siglo XII, recuperada desde versos dispersos, y fragmentos, que al parecer proceden de Normandía)
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