
(Escrito gracias a la colaboración del grupo «Maracay solo su pasado histórico», redes sociales y otros apoyos particulares.
A pesar de la emergencia, y de las sucesivas denuncias internacionales, este articulo no fue aceptado en blog El caballo de Nietzsche, vinculado a elDiario.es)
Una gran parte de los programas televisados del Aló Presidente, de Hugo Chávez Frías, se realizaron o filmaron de espaldas a la naturaleza. Siempre, y detrás, había relegados cerros, cascadas mudas, llanos y sabanas que tan solo fueron el bello y majestuoso decorado que arropaba e impulsaba al fallecido. Algo visual, un fondo estético, naturaleza pausada o detenida, ahí, y usada y banalizada por las utopías del tiempo.
Aquel sistema de gobierno, casi el mismo que hoy mantiene sitiada a la ciudadanía venezolana, mostró de forma evidente, y sistemática, su total desprecio e indiferencia por su paralelo animal y vegetal y hasta mineral. Apenas existen fotografías de los dirigentes con algún ser animal, no hay una orquídea o helecho superviviente en esos despachos ni en la mesa de las alocuciones, y sí mucho traje de camuflaje simulando selvas. Lo siguiente que se televisó fue al perrito Brazón, fiel al cortejo fúnebre de Chávez, que lo acompañó durante doce kilómetros sin una sombra, sin descanso y sin agua. Dicen. Luego llegó el pajarillo que silbó y los logros para la mejora de una silueta propia (reforestación), más algún caballo espueleado y mucho ecosocialismo y ecoturismo.
Antes del reciente aviso y las fotografías del crítico estado de salud de la elefanta Ruperta en el zoo de Caracas, existió el león Casimiro, confinado en el Parque La Guaricha (Maturín): enfermó en su jaula, sufrió entre inmundicias y ausencia de cuidados, lo dejaron allí como una cosa arrumbada, triste y mohosa, sus patas y manos eran llagas ulcerosas, después agonizó durante días; así murió, frente a todos, en el año 2009.
No ofende a los venezolanos comparar el daño y abandono en sus zoos con el día a día de su compleja subsistencia. Ellos mismos lo admiten, lo narran, se sienten identificados, son el eco de su propio y denunciado ruido, y también son noticia en casi todos los medios de comunicación internacionales. Esos zoos representan las variadas fases y grados del maltrato, de la crueldad y del desprecio por la dignidad de todo lo vivo.
El año 2016 fue cruento. Se habla de decenas de animales que fallecieron por inanición, sed y falta de atención en los zoos venezolanos, pero son inciertas estas ‘decenas’ dadas a conocer de forma aislada, en ese taimado poco a poco que desconoce una elemental suma. Si atendemos a la sencilla estadística de cómo publicitaban y negociaban los propios zoos ‘sus colecciones’, los responsables reconocían que en el de Bararida, uno de los más grandes de Venezuela, existían en el año 2006 la suma de 8.222 animales en encierro; para 2013 el número descendió a 3.500 seres, y en 2015 comentaban que podrían visitar a 978 ‘ejemplares’ en ese mismo Parque Zoológico y Botánico Bararida, situado en la ciudad de Barquisimeto. Y los objetivos administrativos paralelos eran los siguientes: «Contribuir con la conservación de la vida silvestre a través de estrategias educativas que conciencien sobre la necesidad de mantener el equilibrio entre los seres vivos».
Mientras, a otros zoos les llegó el cierre provisional, manteniendo un total hermetismo. El de Maracay, también conocido como el de Las Delicias, y ubicado en la cuna del movimiento bolivariano (estado Aragua), histórico y de una gran belleza natural, fue denunciado de nuevo por activistas y público general, ya desde el año 2006. Allí se sucedieron los mismos abandonos y situaciones de agonía, en celdas infectas. Pasó llave a sus puertas por remodelación poco después de la inhumana muerte (2012) de su elefanta Lucky, a la que siguió el fallecimiento de su amigo de encierro, el burrito Felipe. Para 2015, sólo sobrevivían treinta criaturas. En la actualidad, ninguna de las personas consultadas (empleados, historiadores, activistas, vecindario y otros conscientes) saben dónde están los animales o cuántos han sobrevivido; adónde los llevaron o en qué situación se encuentran, si es que existen. El lugar es un evidente silencio envuelto en secretismo, como indica J.M.V, vía Facebook: «…Tomar otras fotografías con mejor ángulo no es fácil. Pusieron bolsas negras al frente para evitar que veamos hacia adentro.» También es conocido que los responsables intentaron el traslado hacia un zoo privado, que denegó la recepción por carecer de espacio e insumos. –L.C., afirma vía whatsapp: «… Me comentaron que los felinos estaban en malas condiciones o muertos, las especies que aún se conservan por su longevidad son quelonios (tortugas, terecayas y morrocoyes), algunas babas y caimanes, y aves en jaulas deprimentes. Algunos monos. En la actualidad tiene cerrado su acceso por remodelación, que lleva años, y no permiten paso. El grado de contaminación de sus aguas es muy alto y su mantenimiento casi nulo. Quisiera dar mejores noticias, pero la realidad no se puede tapar.»
Pero que nadie se deje engañar, pues los planes de «remodelación» van con retraso, y casi habría que celebrarlo, ya que el nuevo zoo sólo mostrará a unos seres animales nuevecitos que sustituirán a los brutalmente tratados, y cambiará su nombre, acaso, por Centro de Conservación para la Diversidad Biológica y bla bla bla… Como dicen allá, unos pobres sustituyen a otros lo mismo que una oligarquía ha dado paso a otra, y en este nuevo siglo todavía hay quienes creen que un zoo es un refugio y que una jaula puede llegar a ser un reservorio.
Con estos cierres y aperturas desmandadas, nuevos nombres, siglas y trampillas, el gobierno parece ser que cumplirá con los planes del Quinto Objetivo Histórico del Plan de la Patria (2013-2019), el eterno proyecto de adecuación y mejora, que incluye todo lo recogido en el documento Declaración de los venados (2012, y retomado en 2014): «… Encuentro nacional de parques zoológicos y acuarios, con el objetivo de evaluar, hacer seguimiento y dar continuidad a los acuerdos y compromisos de…, dentro de la Estrategia Nacional para la Conservación de la Diversidad Biológica (2010-2020)». Al final, todo esto impide ver los dientes de la risa. La gran burla.
Si 2016 fue el año más brutal para los animales de los zoos en Venezuela, el 2017 lleva camino de ser igualmente cruento, o peor. El zoo de Caricuao (Caracas) no funciona por falta de insumos, también desde el 2006, ocultando la muerte de animales, o lanzando discretos mensajes: «…Los cuidadores de los animales trataron de alimentar con mangos y auyama (calabaza) a grandes depredadores, como leones y tigres, en un intento de saciarlos ante la falta de alimento». «…Lo de los animales en Caricuao es la metáfora del sufrimiento del venezolano», volverán a insistir los caraqueños. La versión oficial es que nada les sucede a los seres animales encerrados; están exangües porque son viejos, pierden el pelo y sufren de llagas y pústulas porque están estresados, el vulnerable cunaguaro (tigrillo) Felipe sufría de zoocosis y por esa razón se automutiló en ese mismo zoológico, y acaso siga a la espera de las dos prótesis. Así, Ruperta, la elefanta asiática que todavía sobrevive, sólo padece deshidratación, y la responsabilidad de su situación es suya, es personal, es la de ser anciana, y ya se sabe perfectamente que la muerte envejece.
Las soluciones siguen la misma pauta. Como ejemplo, algunos felinos se salvaron del ayuno «devorando ejemplares muertos» pactados a través del convenio que existe (o existió) entre el Hipódromo de La Rinconada (espacio de carreras de caballos con su sistema de apuestas 5 y 6, ente otras) y el Instituto Nacional del Parques (Inparques): «…Cuando se certifica que los caballos fallecidos no presentan alguna condición que ponga en riesgo la vida de los felinos, se procede a la donación.» La situación de los equinos ‘de lujo’ es tan extrema en el hipódromo de Santa Rita (ed. Zulia), que lo califican de horror, con cincuenta y seis caballos muertos en 2016, y a la espera estaban otros cuarenta para ser sacrificados por sufrir de anemia infecciosa equina.
Los trabajadores de Inparques también alertaron de la aparición en el Parque del Este (Caracas) de la bacteria de Salmonella y brotes de la enfermedad Newcastle: «…Actualmente no existen los antibióticos ni el suministro de vacunas, el sistema de riego está colapsado, y, sin comida, mueren de hambre los felinos. El jaguar de nombre Caroni está tan débil que no tiene fuerzas ni para acercarse a la comida que ocasionalmente consiguen.»
Pero sobre el organismo Inparques ya avisó con suficiente tiempo Juhani Ojasti, y su equipo, en 2008: «…No tiene suficiente capacidad de gestión, hay pérdida de personal con experiencia, en un 70% está destinado a oficinas en ciudades y un 30% son empleados de campo», además de otras circunstancias. En ese mismo año, Ojasti advirtió de la extinción de ambientes naturales en Venezuela, retroceso de manglares y corales, mortandad masiva de peces, contaminación en playas y ríos, desaparición de médanos, desforestación, defoliación y un sinfín de situaciones críticas, y el resultado y resumen de sus trabajos estadísticos era espeluznante con respecto a la historia anterior; entre otros, cómo, durante 1964 a 1980, fueron capturados y enviados –exportados– desde Latinoamérica a Estados Unidos, tanto para zoológicos como para experimentación, más de medio millón de primates. A Venezuela no le cabe una rancia utopía más, de la misma forma que ya no digieren el mercurio los ríos grandes ni sus afluentes más chicos
Existió un tiempo en el que los venezolanos no necesitaron enjaular, ni raptar ni desnutrir ni ver agonizar la naturaleza para mostrar sus desajustes sociales. Sea como fuera, ya no hay perezosas en libertad en la plaza Bolívar (centro de Caracas), las de Dan Cristóbal (ed. Táchira) fallecieron en 2012 de igual manera, y arrumbadas quedaron. El andar digno de las iguanas es objeto de la caza deportiva y, a pié de carretera, se venden para consumo en ‘pack de 4 iguanas’ (o iguanas por paquete); los ajetreados monos capuchinos se negocian para consumo ilegal en la carretera de Puerto Píritu (Urama), y loros y guacamayas son habituales productos en el Mercado Las Pulgas de Maracaibo, donde fue fotografiada una cría de araguato, que yacía muertecita en la acera. Dentro y fuera de las jaulas, más de lo mismo. Caballos para ocio y alquiler son obligados a trabajar hasta caer exhaustos (Galipán, El Hatillo), el tapir jamás escapó al miedo y al espanto del acoso, los manatíes en manadas, tampoco, los delicados y huidizos tigrillos ya son un temblor, mueren sin desafinar, como el violinista Andrés, y las aves, todas, ya ni sobreviven a la captura y al tráfico ilegal.
Ya se sabe que el ser humano, gran constructor de utopías es, a la vez, el mayor depredador de las mismas. Y que suelen acusar a los defensores de los derechos ‘generales’ de un exceso de sensiblería, también. Y que muchas fotografías ‘falsas’ son puestas a circular con la intención de intoxicar y así desacreditar la información cierta, todo muy isleño y de sobra conocido. Pero llega un momento donde el humano, y su gran teatro evolutivo, muestra lo despiadado que puede ser con los lugares de encierro y herméticos; los zoos, las cárceles, los hospitales, los geriátricos (ancianatos), las morgues, los orfanatos, los mataderos…, y no en este orden necesariamente. Un ejemplo de inhumanidad se puede observar en las imágenes del Frigorífico Industrial los Andes, o en las declaraciones de
Robert Linares para el Herald, «…que animales de todo tipo —caballos, gatos, perros y palomas— despellejados y destazados aparecían con frecuencia en la basura de la ciudad».
Las toninas amaestradas del acuario de Valencia murieron todas de neumonía, y los ‘visitantes’ llevan denunciando como algo anómalo la apertura de nuevas estancias en otros zoos: «…La parte de la taxidermia está cada vez más amplia con todos los animales que mueren a diario ahí.», «…Hay muchas jaulas vacías, el sitio en si parece un terreno lleno de monte y los animales ya están viejos y desahuciados», «…El rinoceronte Clyde no tuvo medicamentos y murió.», «…Unos changuitos con poca agua muy sucia y otros sin de nada.», «…No se preocupan en darle la alimentación correcta, eso es algo que se puede observar al ver lo delgados que están los animales y la forma en que se ve su pelo y el color.», «…Si amas los animales, no lo visites…» (comentarios del público del zoo Bararida, entre 2013 y 2017). Aun así, hay quienes se atrevieron a manifestar que los animales de los zoos de Venezuela superaban con creces las expectativas de vida en cautividad. Y es difícil creer que llegue a ser efectiva la enrevesada reglamentación de este 2017, que prohíbe en la región metropolitana de Caracas (¿solamente?), el ‘uso’ de animales silvestres y domésticos en espectáculos públicos, lo que incluye corridas de toros (¿o sólo la muerte de toros en las plazas?), peleas de gallos y perros, toros coleados, circos, y la pirotecnia (pues estresa a los animales).
Ahora que el gobierno venezolano denuncia ser víctima de una guerra económica, tenemos un precedente en Europa ante una situación también extrema, con el mismo ambiente de encierro generalizado, incertidumbre y desesperanza, que fue septiembre de 1939 en Inglaterra (o Gran Bretaña), a inicios de la Segunda Guerra Mundial. Se cometió una de las más grandes matanzas consentidas y pactadas en los zoos de aquel país (y en otros de Europa). Ante la amenaza de los bombardeos de la Raf, el Comité de Emergencia Nacional ‘sugirió’, o miró hacia otra parte, o dio la orden de eliminar a los animales peligrosos para proteger a la población. El 8 de septiembre de 1939 se asesinaron a todos los felinos, osos, lobos, primates, águilas y halcones, animales venenosos (ofidios y arácnidos). En meses sucesivos, y años, aquellos que sobrevivieron fueron víctimas de la «economía de guerra», del racionamiento. Casi de inmediato llegó la muerte de cientos de perros de caza en beneficio de los intereses nacionales, así como perros de carreras y lo que cabe imaginar.
Y así como en Venezuela, y como segunda medida, también allí las zonas verdes, prados, rosaledas y tierras ociosas de los zoos (y parques y jardines) fueron destinadas al cultivo, o se criaron conejos y aves de corral para alimentar al resto de los animales supervivientes. Ahí estuvo ya la tan utópica sociedad con huertos urbanos y comunitarios que ha reactualizado Venezuela, pero con una gran diferencia, y es que no cortaban el agua durante días y semanas, aún a pesar de la situación de emergencia nacional.
En Venezuela ven cómo se secan, agostan y languidecen los cultivos ciudadanos en zonas urbanas, deben aceptar el «Plan Conejo» y criarlos y reventarles la nuca para tener un almuerzo, o poner en marcha los Gallineros Verticales en su propio edificio (sin maíz ni agua ni controles sanitarios), cuando ni tan siquiera funcionan los horizontales en áreas rurales como la sabana, padeciendo hambrunas sin precedente en sus granjas, ya desde 2015; criar peces en donde sea que puedan reunir agua, o permiten de nuevo la cría de cerdos en zonas urbanas (decreto Gaceta Oficial No. 41.025). Y en el año de más cruenta mortandad en los zoos de Venezuela, ese mismo 2016, y del abandono de mascotas por cientos de miles, ese mismo gobierno se permitió lanzar la campaña de Igualdad Animal, «No al maltrato animal», inundando con carteles el maltrecho metropolitano de Caracas.
Lo único que puede hacer el ciudadano es no caer en el silencio, seguir fotografiando y mostrar el daño, como se ha estado realizando desde Maracay en sucesivas denuncias. Llegadas las crisis, lo sustentable es imposible y lo sostenible es inaguantable para la sociedad. Y el venezolano está cumpliendo con su obligación inmediata, que es la de no incurrir en los delitos de abandono y de omisión de auxilio con respecto a sus zoos y demás circunstancias.
Ve cómo los santuarios y parques naturales son destruidos para ser explotados. Ve cómo utilizan el territorio de forma geopolítica, con economías ‘pequeñistas’, nada importan las tierras de los setenta jaguares que sobreviven en Hato Piñero(mencionado en Wikileaks por ser susceptible de albergar uranio, ID núm. 06CARACAS1777_a), ni que los indígenas se estén alzando y empeñolando, ni que haya huido la última chamana conocida del pueblo Pemón (de la región de Kamarta, al pie del Auyantepuy –Salto Ángel–), llevando en sus ser todo el misterio del conocimiento de plantas, de la cultura de lo vegetal, de sus alimentos, de sus canciones y sus curas, hacia un lugar no mencionable: «Se tiene que saber… Acosan a los animales, destruyen la selva, el agua está envenenada con mercurio, azogue, los peces ya nacen deformes, y las religiones se siguen repartiendo a los indios como si fueran cabezas de ganado.» (R.L.P., desde El Paují)
Y lo único que queda por hacer, a estas alturas de lo irreparable, es seguir con las denuncias y avisos todavía en activo, y admitir que el incumplimiento de lo prometido por el ecosocialismo ha sido, y es, un inmenso acto de traición en Venezuela.
«…Ciudad Guayana, aquí en el estado Bolívar, en las riveras del río Caroní, oyen ustedes ese sonido, el agua del Caroní… Tenemos una naturaleza que proteger… Nuestros ancestros aborígenes vivían en socialismo, respetando la naturaleza y produciendo de manera armónica para satisfacer necesidades… El agua, cuidemos el agua, cuidemos los bosques, la naturaleza…» (Aló Presidente, nº 247; desde Ciudad Guayana, febrero de 2006)

(Como la vida pasa, transcurre o discurre, sin responsables, en el año 2022 la prensa anunciaba que «Durante una alocución ofrecida este 25 de mayo, Nicolás Maduro informó sobre la llegada a Venezuela de dos leones blancos, unos linces, elefantes y jirafas,que serán exhibidos en el parque zoológico de Caricuao, luego de pasar el periodo de cuarentena al que serán sometidos…»