Las lunas de Joan Miró

Abajo, a izquierda, Perro ladrando a la luna (Miró, 1926)

Lunas, aves, gatos, mujeres, perros… Detenidos. La Luna preside y presenta la escena, indica lo lejos que estábamos de la Luna, y la Luna observa lo que camina, lo que sobrevive. Todo lo vivo que no tiene. Y lo vivo lleva ese sombrero de noche, que grita a esa piedra allá arriba. Perdida por siempre. No aúllan a la Luna los perros, no tienen ningún miedo, no son ilusos que lanzan versos, pero sí son conocedores de lo lejos que viaja su voz. Y si todo ese asunto fueran lágrimas dentro del color, rastros, un gesto, varias huellas de ese mismo dolor…; sin duda, un perro sin collar las seguiría. Entonces… Quiere decir que el perro está lejos de la Luna, y además lo dice colocando la escalera también lejos del perro, como una condena. Lo deja ahí. En la obligación de estar lejos. Y ladra a la escalera, pues ese perro no aúlla… En realidad, acaso, busca ese rastro. Acaso los perros huelen la luz y así la perciben…; hay tantos acasos, posibles y probables, como lunas hay en la noche de Miró.

Desde la variación de David Sipress, autor y humorista gráfico del New Yorker.

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