
«… Saber qué impulsaba a las actrices y cantantes a recorrer el mundo, tan solitarias, no es sencillo. A principios del siglo XX, y antes, eran acompañadas a veces de una hermana, o tenían siempre un tío o una tía lejana a la que acudir, o no, pero se encargaban de los viajes, estancias, hostales, trajes y decorados y cuartuchos; acaso eran viudas, huérfanas, y solteras, pero en este impulso desde luego que eran autónomas, eran parte de la vida y estaban vivas, y no quedaba más remedio que comer para sobrevivir… A veces no era fácil cobrar sus sueldos al finalizar el espectáculo, o no se les atendía en la preparación en escena o en la seguridad de los pequeños trapecios; recogían luego a sus perros, sus jaulas, sus cestas y recorrían un teatro tras otro sin más custodia y protección que ellas mismas. Y daban la vuelta al mundo. Entre 1900 y 1910, Rosina Casselli colocaba a sus chihuahuas en fila, trajeados para escena, y ella, muy severa, de aspecto similar al de una institutriz victoriana, a veces disponía a sus perrillos sobre un estrecho tablón, en equilibrio perfecto, y se asemejaban así, todos trémulos, a una fila de loros o pericos muy temblorosos. Eran los más minúsculos y despiertos chihuahuas jamás vistos, no más grandes que una rata, decían, y comprados en la frontera con México todos ellos, los Wonderful Dogs de Casselli (también Caselli) a los que luego sumaría más ejemplares que de sobra conocía y preparaba la más experta criadora de esta raza, Dolores de González.» (en Perrillos del Halda)